Las Heras-, A JAVIER ROLLER (17/10/66 – 27/10/2019)-, . Estas palabras para Javier Roller van a ser insuficientes, incompletas y, por lo tanto, involuntariamente injustas.
EL JEFE.
A medida que lo pienso empiezo a creer que Javier lo fue todo para mí en Las Heras. Si no fuimos verdaderamente amigos es seguramente porque él fue mi jefe y convenía que existiera una cierta distancia entre ambos para poder reprocharle lo que yo juzgase necesario y para que él me disciplinase cuando lo considerara él. Pero las pocas veces que discutimos nos pusimos fácilmente de acuerdo, respetablemente, civilizadamente. Y tal vez no fuimos amigos también porque yo no lo mereciera, pero de esto nunca tuve la menor indicación de su parte. Fue un jefe enorme: coordinó a los médicos del hospital público en circunstancias muy difíciles, siempre fiel a sus principios, en momentos de bonanza y en momentos de carencia. Se fue a la práctica privada agotado de hacer guardias, de atender a cualquier hora del día y de la noche, de lidiar con los colegas que le mostraban sus desacuerdos con vehemencia diversa y cuestionamientos desproporcionados. Puso una clínica que alivió la sobrecarga del hospital y que ofreció servicios que la ciudad (su ciudad) no tenía en la atención pública.
EL HOMBRE.
Lo he visto ser severo (alguna vez), transparente, afable, positivo, compañero, respetuoso (siempre). En todas estas instancias, fiel a sus principios. Cruzárselo en un pasillo, aun de manera casual, era un hecho afortunado: Ya se lo podía oír antes de verlo, saludando con alegría a todos, prodigando elogios desmedidos que siempre confortaban, elevaban la autoestima (él no lo sabía, pero este efecto resultaba doble porque los elogios provenían de él, que tenía la autoridad moral necesaria). Hacía sentir a los otros sus iguales, que no lo éramos, pero él creía que sí. Si nos tocaba un día que venía mal para nosotros, el encuentro resultaba en un pequeño bálsamo que nos podía servir de consuelo. Cuidaba su salud, su peso, hacía deportes, evitaba las calorías innecesarias, no fumaba, no bebía. Nos daba el ejemplo. Muchos ejemplos, podríamos decir.
EL PROFESIONAL.
Siempre se fue a estudiar afuera para traer a la ciudad (su ciudad) los mayores conocimientos que fuera capaz de recopilar. Y fueron muchísimos. Hizo la escuela secundaria en Comodoro Rivadavia y entiendo que egresó como subteniente del ejército de la reserva. Estudió medicina, se especializó en Cirugía general, se perfeccionó en numerosas disciplinas dentro y fuera de su propia especialidad, se convirtió en el mejor ecografista de la ciudad, trajo el Eco-doppler vascular primero al hospital y luego a su clínica, para hacer diagnóstico rápido y dar soluciones a múltiples enfermos graves que requerían tratamientos inmediatos que dependían de esos resultados. Por eso pienso (estoy convencido) que salvó vidas en su consultorio, en la sala de urgencias, en la sala de emergencias, en el quirófano y en su sala de ultrasonidos, y muy posiblemente también en consultas circunstanciales, al dar orientaciones diagnósticas oportunas que les ahorraron a muchos pacientes tiempo y procedimientos dilatorios del tratamiento que necesitaban. Su opinión era fundamental para nosotros (los otros médicos) en temas de su especialidad, pero también de otras, porque tenía un notable sentido común, que ayuda mucho en las situaciones más conflictivas.
EL COLEGA.
El respeto que siempre mostró hacia los demás inspiró lo mismo (si no mucho más) hacia su propia persona. Era una muestra concreta de una humildad que jamás estuvo en discusión, por lo que creo tan genuina. Personalmente, me gustaría parecerme mucho más a él en diferentes aspectos, y no dudaría en aconsejar a los más jóvenes que lo imiten, si quieren crecer y ser mejores.
LA PÉRDIDA.
La pérdida es inconmensurable. Hoy sólo podemos ver el vacío que nos deja. Pero pronto observaremos todo lo que construyó en el alma de esta ciudad, y será mucho más lo que nos lega que lo que nos quita. Un motivo para sentirnos profundamente orgullosos de haberlo conocido, de haber gozado de su consideración personal, de haber aprendido y continuar aprendiendo siempre de su ejemplo, de haber trabajado en el mismo lugar, de haber discutido cuestiones humanas, profesionales y también personales. Es decir, de habernos enriquecido tanto de él. Así como acusaron a aquel profeta fundador del cristianismo: “salvó a otros, y no puede salvarse a sí mismo”, podría aplicarse con él. Pero yo creo que es a propósito de Dios, que casi parece decirnos “Yo lo he llamado a mi lado, y si no lo hago así, tan imprevista, tan súbitamente, de verdad que a lo mejor él podría evitarlo”. Es una exageración, ya lo sé. Pero si Dios me dejó que lo pensara, estoy seguro de que no le ofenderá que lo escriba. Creo, también, que Su Idea es que no nos relajemos. No es que los buenos viven y los malos mueren, o que podemos fiscalizar a fuerza de vacunas y antibióticos cómo morir lo más tarde posible. Javier no querría ni por un momento que deduzcamos que cuidarse como él se cuidaba no vale la pena. Al contrario. Nos dio el ejemplo para que hagamos eso mismo. Aunque las estadísticas se afanen por explicar lo contrario. Las estadísticas son una ciencia para los grupos numerosos, no para los individuos. Los individuos la pueden contradecir siempre sin violar su poder científico. Y La Idea es, tal vez, que pensemos en Javier siempre, que lo recordemos. Porque así entendemos que la vida sigue después de ésta, que nosotros vamos hacia allí, y que es mejor, aunque nunca nos lo parece, prepararnos para una eternidad que buscar los mayores placeres en setenta u ochenta años de transitoriedad. La pérdida nos parece una tremenda injusticia, pero si Javier está mejor, ¿cómo podría serlo?
EL HOMENAJE.
El Dr. Javier Roller es el primer médico de la historia de la ciudad de Las Heras que nació aquí, se formó para trabajar aquí, se desempeñó toda su vida y falleció aquí. Para todos nosotros es un motivo suficiente para honrarlo por siempre. Pero para él sería mejor (creo saber) que lo recordemos como el hombre honorable, decente, alegre e inolvidable que es, por lo que dejó de novedoso y bueno en nuestros corazones, antes que lo que obligadamente dejará en una placa de bronce o en el nombre de una calle.
Trataremos de homenajearte, querido Javier, como vos y también como todos queremos. Es decir, de todas las maneras posibles.
Y no te olvidaremos jamás. – RUBÉN MARTÍNEZ