Santa Cruz-, Para Ilona, la Patagonia era un sueño lejano, un destino que había imaginado, pero que nunca pensó recorrer con binoculares en mano, siguiendo los rastros de un puma o instalando cámaras trampa en la base de un farallón. Desde Nueva Caledonia hasta El Unco, su viaje fue mucho más que un traslado geográfico: fue una inmersión en la naturaleza salvaje y en la ciencia aplicada a la conservación.
Llegó a Parque Patagonia como voluntaria en el Proyecto de Rewilding Argentina, con la intención de completar su maestría en Ciencias de la Sostenibilidad y Cambio Climático. Pero lo que encontró fue una vivencia que la transformó por completo. «Siempre supe que quería dedicarme a la protección de la naturaleza, pero esta experiencia me mostró que no solo es posible, sino que es urgente y necesario», cuenta Ilona Da Cruz Gerngross
En el noroeste de Santa Cruz, donde la inmensidad de la estepa se funde con cañadones milenarios, hay un rincón donde la ciencia y la naturaleza se encuentran. Hablamos de El Unco, una de las bases del Proyecto Patagonia de Rewilding Argentina. Un espacio donde cada día se escriben historias de conservación.
«Siempre quise conocer la Patagonia. Descubrí el programa de voluntariado y supe que este era el lugar donde quería estar», comienza contando Ilona, quien llegó a Argentina para realizar una pasantía de dos meses que completara su maestría. Su entusiasmo era tan grande que, antes de recibir la confirmación, soñó que era aceptada en el proyecto. A la mañana siguiente, el mensaje con la invitación oficial la esperaba en su bandeja de entrada.
La vida en El Unco estuvo lejos de la rutina. Desde el amanecer hasta la caída del sol, Ilona trabajó en el monitoreo de fauna silvestre, rastreando pumas, gatos del pajonal, chinchillones anaranjados, choiques y coipos. Junto a otros voluntarios y técnicos, utilizó antenas VHF para seguir sus movimientos y evaluar la salud de los ecosistemas.
«Algunas jornadas comenzaban alimentando a los animales en rehabilitación. Luego salíamos al campo a monitorear especies y cambiar las tarjetas de memoria de las cámaras trampa», explica. Otros días, el foco estaba en capturas y procedimientos veterinarios para colocar collares de seguimiento.
Pero más allá del trabajo, hubo algo que la marcó profundamente: el entorno. «Los atardeceres dorados sobre la estepa, los guanacos moviéndose en el horizonte, la sensación de ser parte de algo mucho más grande. La Patagonia es única».
Un encuentro con el puma y el poder del viento patagónico
Uno de los momentos más inolvidables para Ilona fue ver a un puma en su hábitat natural. «Es difícil explicar lo que se siente al estar frente a un animal tan imponente en su propio territorio», cuenta. También recuerda con cariño a Ñanco, un aguilucho común caído del nido al que ayudaron a recuperar.
Pero si hay algo que no olvidará jamás es su primer contacto con el viento patagónico. «Me habían advertido, pero hasta que no lo vivís, no lo entendés. Un día fuimos a rastrear gatos del pajonal y el viento nos empujaba hacia atrás. Entre la arena en los ojos y la risa, fue una locura».
Más que un voluntariado, una confirmación de su futuro
La experiencia en El Unco le reafirmó que su camino está en la conservación y restauración ecológica. Ahora, busca sumar conocimientos en distintas áreas para trabajar en la gestión sostenible de los recursos naturales y la protección de ecosistemas frágiles.
«Lo más impresionante fue ver cómo en pocos años, con esfuerzos de conservación, la biodiversidad está regresando. Esto demuestra que sí, podemos hacer algo para revertir la crisis ambiental».
Cuando le preguntan cómo describiría la Patagonia, Ilona no duda: «Tremenda inmensidad». Pero también sabe que es imposible resumirla en solo dos palabras: «Cuando vuelva a Francia, hablaré de la Patagonia hasta que me pidan que pare… pero creo que nadie se cansa de la Patagonia».
