El regreso del coipo: señales de vida en los humedales de la estepa

Santa Cruz-, Gracias al trabajo de restauración en Parque Patagonia, una especie tímida, pero esencial, retoma su lugar en el paisaje. En silencio, este roedor semiacuático teje conexiones casi imperceptibles que sostienen la vida en los juncales. Su historia es también la de un ecosistema que se reconstruye paso a paso.

Pesa hasta 9 kilos, tiene el cuerpo cubierto por un denso pelaje impermeable y una cola larga que lo acompaña mientras nada en los cauces fríos del sur. El coipo o nutria criolla (Myocastor coypus) es un roedor semiacuático nativo, esquivo y silencioso, que vuelve a habitar los humedales de la región gracias al trabajo de restauración que se lleva adelante en el noroeste santacruceño.

«En Parque Patagonia Argentina, tanto en el Río Pinturas como en el Cañadón Caracoles, se los encuentra en cuerpos de agua permanentes o semipermanentes, con vegetación palustre y pastizales húmedos», explica Emanuel Jaquier, integrante del equipo de conservación del parque. Los juncos, las totoras y los bordes encharcados de los cursos de agua son su lugar en el mundo.

El coipo, a través de su modo de vida, sus desplazamientos y hasta sus hábitos de descanso, va transformando su entorno. Y es por eso que Emanuel dice que “podríamos decir que es un arquitecto, un jardinero». Al alimentarse y moverse entre la vegetación, va creando pasillos dentro del juncal que otras especies utilizan para protegerse o desplazarse. También ayuda al flujo del agua, evitando su estancamiento y mejorando su calidad.

Además, sus madrigueras y plataformas construidas con restos de vegetación son aprovechadas por aves o pequeños roedores para hacer sus nidos. “El coipo es un indicador de la salud del humedal —destaca—, por lo que su recuperación y reintroducción son fundamentales para lograr ecosistemas completos y funcionales”.

Restauración activa

En 2021, luego de años sin registros, se realizó una traslocación de ocho ejemplares en el Unco, dentro del Cañadón Caracoles. Provenían del Cañadón Deseado. Desde entonces, la población ha ido en aumento. En 2024, se identificaron al menos 15 individuos marcados y el nacimiento de 10 crías hacia octubre. Se espera una segunda camada en abril, como ya ocurrió en años anteriores.

“Estas acciones van de la mano con la recuperación del ambiente: recanalizamos vertientes, controlamos especies exóticas y desarmamos modificaciones hechas en la época ganadera”, cuenta. También se trasladaron ejemplares al Río Pinturas en dos ocasiones —una en 2022 y otra en 2024—, lo que permitió fortalecer la población en esa zona. Hoy ya se evidencia una mayor presencia del roedor en distintos tramos del río.

El monitoreo incluye cámaras trampa, observación directa y capturas breves para su marcaje, que consisten en colocarles microchips subcutáneos para poder identificarlos y hacer un seguimiento no invasivo en el tiempo. Entre los registros más notables, aparece el de un macho que recorrió 32 km río abajo desde el punto de liberación en el Unco, explorando nuevas zonas del ecosistema, y una hembra que, en apenas cinco días, avanzó 8 km siguiendo el curso del agua, y fue registrada cuatro meses después en ese mismo lugar, ya con crías. “Eso demuestra su capacidad para desplazarse grandes distancias y adaptarse a distintas estaciones”, remarca.

En los ambientes donde vive el coipo, también se encuentran otras especies. Desde aves acuáticas como patos, gallaretas y cauquenes, hasta especies asociadas al juncal como el tachouri siete colores (una ave pequeña que tiene siete colores en su plumaje), el junquero o la gallineta austral, otra de las especies en las que también trabaja el equipo de conservación del parque. También se acercan a estos humedales los zorros, guanacos y roedores pequeños en busca de agua y alimento.

La vida del coipo, como la del humedal mismo, “está sujeta a las amenazas que ponen en riesgo la integridad de los humedales: el sobrepastoreo, la alteración de los cursos de agua y la presencia de especies exóticas como el visón americano”, advierte Jaquier. Por eso, las acciones de restauración deben ser constantes y combinadas: mejorar el hábitat, reducir las amenazas y volver a poblar.

Mientras tanto, el coipo sigue ahí: oculto entre los juncos, nadando sin hacer ruido, dejando huellas que no siempre se ven, pero que transforman. Su regreso no es solo una noticia ambiental: es una metáfora concreta de que la naturaleza, cuando se le da una oportunidad, sabe volver.

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